Por WALDO GONZÁLEZ LÓPEZ | Para www.TeatroenMiami.com Fotos: Ernesto García. Como escribí en «El salto al vacío», prólogo a mi volumen La soledad del actor de fondo (Colección Teatro, La Rueda Dentada, Ediciones Unión, La Habana, 1999), «el monólogo es, ante todo, un reto para el actor, quien, imbuido de sus capacidades, conoce más sus limitaciones y se esfuerza por saltarlas. Así, el ¿intérprete? resulta eje esencial en su unicidad —ritual— ante el público que atiende, expectante, su quehacer, a solas con todos». Más adelante, añadí: «discurso, narración, soliloquio y más, el monólogo es, en suma, una síntesis escénica». Como «género», esta modalidad es relativamente nueva, ya que, desde fines del siglo XIX fue auspiciada por notables autores, como el asimismo brillante narrador ruso Antón Chéjov (Sobre el daño que hace el tabaco), el sueco, renovador de la escena sueca y precursor del teatro de la crueldad y del absurdo Johan August Strindberg (La más fuerte), e...
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