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Escenas subversivas

Teatro en Miami Studio estrena la pieza 'Enema', una tragicomedia que narra la historia de un escritor del siglo XVIII adelantado a su época.

Rodolfo Martínez Sotomayor, Miami 09/02/2009

Cuando la espera viene acompañada de gran expectativa, se suele correr el riesgo de la decepción. La más reciente puesta en escena de Teatro en Miami Studio, Enema, asumió ese riesgo. Un título nada convencional y el anuncio de palabras soeces en el texto, motivaron cierto escepticismo en algunos y gran curiosidad en otros. Enema, escrita y dirigida por Ernesto García —también a cargo de la música, el diseño de vestuario y el manejo de las luces—, fue estrenada a finales de enero. El público colmó la sala.

La historia de un escritor del siglo XVIII, empeñado en crear una obra para ser representada 300 años después con el nombre de Enema, estaba a punto de comenzar. Cortinas semejando ventanas, colgaban a ambos lados del escenario, y un escritorio en el centro, sobre el que reposaban un tintero y varios papeles, conformaron la escenografía.

Al inicio, aparece Antonio, el escritor, interpretado por Ariel Texidó, cuyo parlamento en versos y excelente vestuario evocan lo mejor del Siglo de Oro español. El dominio de la escena por parte de Texidó es un buen inicio: adentra al público poco a poco en una atmósfera de desenfado que atrapa con sutileza. Estamos en presencia de un proceso creativo que es un canto a la libertad. Antonio es ese creador que quiere escribir para un mundo que no ha llegado aún, y se esperanza con un público despojado de prejuicios y carente de dogmas. Es el artista que rompe los esquemas de su tiempo con verdades que llegan hasta nuestros días: "Las cabezas de hoy piensan con otras cabezas", frase que resume uno de los males fundamentales de nuestra historia.

Hilaridad provoca la aparición de Darcomia (Anniamary Martínez) y Merdufo (Leandro Peraza) como esa caprichosa creación de Antonio de un mundo al revés, de anos como bocas y nalgas sobre el rostro. Parece una alegoría a esa necesidad humana de no tener límites en el erotismo y esa búsqueda, también necesaria para la plena felicidad. Merece un aparte la calidad interpretativa de ambos actores, cuya gestualidad y movimiento escénico impregnan fuerza a la puesta desde el primer momento. Su vestuario es una mezcla de imaginación y creatividad.
Marcia Stadler, en el papel de Dolores, la musa de Antonio, se desempeña con una concentración que armoniza con la virtuosa actuación de Ariel Texidó.

Un interrogante

Uno de los momentos de mayor tensión dramática es la aparición del Obispo, una muy lograda interpretación de Christian Ocón, y su séquito de dos monjas y un cura: Sor Casta (Ivette kellems), Monja (Nirma Necuze) y el Cura (Carlos Bueno). En este momento la combinación de música y el desplazamiento de los personajes sobre las tablas, imprimen a la pieza esa sensación de poder y censura omnipresente como una amenaza para la libertad.

Las palabras del Obispo son la esencia fundamental de todas las dictaduras, de todo poder que ejerce la censura. Él dirá: "a Dios se le sirve cuando se le entrega a él el talento" y "la libertad es un vicio diabólico que nos aleja de Dios". Su contrapartida, el escritor Antonio, tiene la visión de un Dios sin cadenas que ha puesto el libre albedrío en los hombres, le ha dado la facultar de crear, la capacidad de percibir la belleza y exponerla a través del arte, sin inhibiciones ni prejuicios.
La danza de los falos es de una irreverencia provocadora, donde se juega con lo grotesco. Los personajes cantan a "un mundo estático, fálico y flemático". El público de Miami no está acostumbrado a esas muestras desafiantes que quiebran lo convencional, pero se agradece el ofrecimiento al espectador de un montaje donde la transgresión y lo soez se digieren con el placer que transmite el buen gusto en su elaboración.

Ernesto había avisado de la temporalidad en la obra. Sin ubicarse en un país específico, el contexto es ese período de la historia llamado Ilustración o Siglo de las luces, donde el saber humano se impuso frente al oscurantismo. En palabras de García, "la época de Goya, Vivaldi, Bach, Mozart, Hydn, Handel y Beethoven. Un tiempo único donde el mundo occidental puso al revés el pensamiento y la cultura". Ese universo al revés que Antonio evoca en una pieza subversiva para la época.

Como en otras obras de García, los cuestionamientos filosóficos sobre la felicidad humana corren paralelos a la búsqueda de la libertad: sufrir por la verdad es la única manera de encontrarla. Enema es un interrogante que induce en el espectador múltiples juicios sobre la existencia de la libertad absoluta; una tragicomedia que honra el quehacer cultural de la ciudad.

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