Cuando Ramiro Herrero Beatón creó en Islas Canarias el grupo de teatro FuerteVentura, a través de esta publicación electrónica dimos a conocer ese afán por el teatro que siempre lo distinguió. De inmediato recibimos congratulaciones de parte de algunos de sus alumnos en aquellos países donde impartío cursos de actuación. Como la muerte de un teatrista no puede, no se debe permitir que pase inadvertida, le pedimos a Chaguito Portuondo que escribiera la nota que leerán a continuación desde Santiago de Cuba; ciudad que jamás Ramiro abandonó porque aún la ama.
Por Santiago Portuondo Zúñiga. - Parawww.TeatroenMiami.com
Tras más de cincuenta años dedicados por entero al teatro, ha fallecido en Santiago de Cuba el 3 de enero de 2012.
Nacido en 1938, fue de esos jóvenes que tras el triunfo revolucionario de 1959 se entrega y sumerge también en la revolución cultural que le continúa…. En 1961 es de los fundadores del primer grupo de teatro profesional en Santiago de Cuba, el Conjunto Dramático de Oriente. Son sus primeros pasos como actor: de gesto amplio, de barítono sonante, que crea personajes a partir del clown, soberbios, matizados por nuestra tropicalidad y mestizaje. Y así nos deja interpretaciones actorales inolvidables enLos cuernos de don Friolera de Valle-Inclán y Magia Roja de Michel de Gelderodes, en ambas puestas dirigido por su maestro y amigo Adolfo Gutkin.
El Cultural| Publicado el 30/12/2011
Este año se ha roto el maleficio que castiga a los autores españoles contemporáneos a no pisar escenario. De las cinco mejores obras representadas en Madrid, los críticos de El Cultural (Javier Villán, Ignacio García May, Rafael Esteban, José Manuel Mora y Liz Perales), con Veraneantes en primer lugar, han seleccionado cuatro que han sido escritas por dramaturgos que, en algunos casos, también son directores de escena. Destaca también el relevo generacional entre los intérpretes, una exhibición de juventud y oficio.
El autor reflexiona acerca de las dificultades y avatares que han sufrido las expresiones escénicas que conjugan partitura, baile y acción dramática, y que, supuestamente, en Cuba no deberían faltar
Norge Espinosa Mendoza - Cubaencuentro.com
A fuerza de repetirse, como suele suceder, ha terminado por convertirse en frase de cajón aquello de que Cuba es “la Isla de la música”. Todo eso, a pesar del muy imperfecto mercado musical interno, de la imposibilidad de buena parte de los cubanos para adquirir normalmente los nuevos empeños de las orquestas e intérpretes más populares, y el insuficiente respeto y cuidado que debería sentirse alrededor del patrimonio sonoro del país. Lo cierto es que por encima de tales obstáculos, gracias a la fuerza de esa misma línea de tradiciones, a un sistema de enseñanza que ha sabido asimilar métodos autóctonos y foráneos para filtrarlos con inteligencia hacia las nuevas generaciones mediante el quehacer de no pocos maestros de valía, y a una aparente facilidad que toca muchas aristas de lo musical en la memoria colectiva y cotidiana del cubano, la Isla existe como una “banda sonora” de inmensa repercusión, amplificada por diversas estrategias, sobre todo en estos días post Buena Vista Social Club. Entre las interrogantes abiertas por esa categórica definición que nos pone en el mapa entre corcheas y rubatos, persiste la relacionada con una ausencia que a no pocos parece flagrante: la de una compañía nacional que mantenga ante el auditorio esa ilación entre partitura, baile y acción dramática que, supuestamente, a una Isla de la Música no le debería faltar. Y que sin embargo, hoy por hoy, no existe. O existe solo en el recuerdo.
Por Santiago Portuondo Zuñiga
Del 7 al 11 de diciembre se celebró en Santiago de Cuba la Jornada de las Artes Escénicas. Este año, dedicada a Carlos Padrón Montoya* quien desde la década de 1960 y por 30 años fuera una de las figuras más destacadas del Teatro y la Televisión oriental.
Carlos, un blanquito del reparto Vista Alegre**, se incorporó al teatro desde su más temprana adolescencia. Su primer trabajo, en 1961, como alumno-actor aficionado del Instituto de Segunda Enseñanza, Carlos “se adueña” del personaje protagónico masculino de la obra La esquina de los Consejales, de la autoría y puesta en escena de otro adolescente, Nelson Dorr, quien recién cumplía 16 años.
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