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Más oda que tortura

Escena de Oda a la Tortura. Jorge Hernandez, Alain Casalla y Leandro Peraza.
Foto: Julio C. Solar.
Por Max Barbosa.


Oda a la Tortura sorprendió desde su estreno: Teatro en Miami Studio( TEMS) repleto durante las dos primeras semanas de presentaciones; tanto, que algunos interesados no pudieron adquirir las entradas. ¿Que motivó dicho alboroto? ¿Cuáles recursos utilizaron sus realizadores para incentivar la expectativa ciudadana con una temática que bien pudiera considerarse sin fines de lucro? Es cierto, dicha puesta goza de profesionalidad, pero TEMS ha hecho gala de otras mucho más complejas desde el punto de vista dramatúrgico y teatral. El secreto, la curiosidad; esa que provoca acostumbrar al público a disfrutar diferentes escenificaciones siempre valiosas.


Ahora nos ofrecen la pasión de Don Ramiro por la tortura, su convicción intelectual de los beneficios de la misma porque el fin justifica los medios cuando de salvar valores (no importan los tipos) se trata. Su Oda es un compendio que lo define a cabalidad a partir del monólogo inicial. El es capaz de posponer el instante del retiro laboral que ansia para desenredar la madeja que significa descubrir dónde denotarán la próxima bomba supuestos opositores al gobierno. Aunque la posposición es solicitada por el Ministro del ramo, Don Ramiro asume esta con benevolencia, seguro de sí mismo, incapaz de fracasar. Estamos en presencia de un profesional en la máxima extensión del término.


Dicha decisión involucrará a Pablo (Leandro Peraza), Laura (Sandra García) y al Guardia (Alain Casalla), víctimas del alevoso Don Ramiro (Jorge Hernández) quienes conforman un universo repleto de frustraciones tan humanas que conmueven por ser gentes de carne y huesos. He aquí uno de los aspectos a destacar: la relación texto-roles. No exagero al afirmar que cada bocadillo corresponde al decursar de cada personaje. No hay divorcio entre lo que se dice, cómo se dice y quién lo dice. Son seres independientes y pendientes entre sí. Es imposible escapar del drama que los consume.


Lo anterior es perceptible al entrar en la sala. Pablo está en la celda; ha sido torturado. Gime, se desplaza a duras penas rodeado de una atmósfera (sonido, luces) que inhibe al público- siempre encontraremos insensibles a lo sensible-, levantar la voz, como si presintieran el futuro. Posteriormente, mediante una toma cinematográfica desde la parrilla de luces, observaremos a Don Ramiro en su intimidad hogareña mientras desayuna con la esposa. Dicha toma es sintomática porque destaca la misma minuciosidad que él adoptará en los interrogatorios donde cada uno defiende sus puntos de vista, hasta el Guardia; analfabeto, pero graduado con sobresalientes en la Universidad de la Miseria, maestría que le permite discutir con Laura acerca de la lucha de clases cara a cara. De ahí que no comparta la afirmación del programa de mano cuando señala que es “una obra de teatro sin grandes pretensiones filosóficas”. La hermosa escena entre Laura y Pablo desmiente el señalamiento mencionado.


Comentar la calidad del diseño de luces, música y los otros aspectos que conforman la puesta pudiera considerarse redundancia si Ernesto García los crea. Personalmente admiro cómo se aprovecha el espacio escénico, cómo no se permiten hechos, movimientos o utilería injustificados, logrando convencer al espectador a partir del trabajo actoral; sorprendiéndolo, además con un final inimaginable.


Oda a la Tortura no admite actuaciones mediocres. Es un preámbulo de lo que será el TEMS Festival en octubre próximo.

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