Por Angel Cuadra - Diario Las Américas Larga sería la lista de las personas, a través del tiempo, que se han sentido atrapados por el teatro, en una especie de misión que, paradójicamente, significa para sus adeptos esclavitud y libertad. Lo primero porque aquel que ha tenido esa dominante vocación, se siente como apresado en las garras hermosas de un ser o entidad inefable que lo obliga a seguir por una ruta, y lo conmina a no poder, ni querer, apartarse de ese mundo fascinante, y que por persistir en mantenerse en él, ha de afrontar, a veces, necesidades, pobreza, incomprensiones y dolores. Por otro lado, el adepto encuentra en ese mundo, en ese quehacer, la plena libertad de su espíritu, el crecimiento de su ser hacia las más recónditas y múltiples posibilidades de la persona como tal, al desdoblarse en las muchas máscaras con las que los hombres en turno se presentan en la vida. (Máscara en la tragedia clásica griega era sinónimo de persona). Con esa misión en aquellos tiempos se i