Por Angel Cuadra - Diario Las Américas
Larga sería la lista de las personas, a través del tiempo, que se han sentido atrapados por el teatro, en una especie de misión que, paradójicamente, significa para sus adeptos esclavitud y libertad. Lo primero porque aquel que ha tenido esa dominante vocación, se siente como apresado en las garras hermosas de un ser o entidad inefable que lo obliga a seguir por una ruta, y lo conmina a no poder, ni querer, apartarse de ese mundo fascinante, y que por persistir en mantenerse en él, ha de afrontar, a veces, necesidades, pobreza, incomprensiones y dolores.
Por otro lado, el adepto encuentra en ese mundo, en ese quehacer, la plena libertad de su espíritu, el crecimiento de su ser hacia las más recónditas y múltiples posibilidades de la persona como tal, al desdoblarse en las muchas máscaras con las que los hombres en turno se presentan en la vida. (Máscara en la tragedia clásica griega era sinónimo de persona).
Con esa misión en aquellos tiempos se inició Tespis, acaso el primer actor conocido, con su grupo precario y andariego de teatro en ciernes; y, luego, en el mundo medieval y sus inmediaciones al Renacimiento, grupos itinerantes de “cómicos de la legua”; y en la Francia Clásica, por ejemplo, sobresale la figura de Moliere que vive para el teatro y muere en la escena en simbólico destino.
En el mundo contemporáneo, los cultivadores a plenitud del teatro, no tanto como aquellos iniciados legendarios, pero en cierta medida, el entregarse al teatro, como realización en sus vidas, no deja de ser una aventura, una seductora incertidumbre como quehacer vital y, por qué no, una forma virtual de heroísmo, en muchos casos, como lo es montar y mantener una sala de teatro independiente, así como dedicarse a la aventura de ser actor de teatro y nada más, en circunstancias que son escollos no fácil de vencer, especiales cuando se vive en el exilio.
Aquí en Miami varias han sido las salas de teatro que sus fundadores han levantado y mantenido con esfuerzos grandes y limitados medios. Escojo ahora uno de esos escenarios: Teatro en Miami Studio, que ha montado la actriz cubana Sandra García, en compañía de su esposo Ernesto, escritor y director.
En alrededor de cinco años esta pequeña sala ha mantenido una labor artística constante, en el afán de presentar al público local un tipo de espectáculo que se suele nombrar como “buen teatro”, en cuanto a calidad literaria, o “no comercial”, etc.
Para el año en comienzo 2010, Teatro en Miami Studio tiene programada una cartelera de unos 30 espectáculos, casi todos obras de notables dramaturgos llevadas a escena, y además conferencias sobre teatro, lecturas de obras, cine de arte.
Entre los actores invitados a dicha sala en estos días, ha estado en escena el actor cubano exiliado Miguel Ponce, quien ha presentado dos obras, por él dirigidas y por él ejecutadas en el rol principal: “Asalto”, del dramaturgo José Vicente, y “El Angel de la culpa”, de Marcos Antonio de la Parra. Miguel Ponce ha compartido esas dos obras con el joven actor Lian Cenzano.
Miguel Ponce está en esa categoría de adeptos (en el sentido artístico, aclaro) de esa pasión por el teatro, entendida como misión y destino, atrapado en ese mundo fascinante del que no se puede, ni se quiere, salir.
Compartí con Miguel Ponce los estudios dramáticos en el Teatro Universitario de la Universidad de La Habana, en la década de los años 50. Entregado sin tregua al teatro, una vez que salió de Cuba, donde trabajó en varias salas teatrales, Miguel Ponce ha seguido el camino que inició en su país; y en el destierro ha sido actor y fundador de grupos teatrales, primero en Miami; luego, entre otros países, en Colombia y más detenidamente en España, donde ha residido y actuado durante muchos años. Y a esta altura de su vida, continúa, sin tregua, por ese rumbo con igual devoción, con irremediable entrega.
El pasado domingo 13 de diciembre, llevó a la escena de Teatro en Miami Studio, la obra de Marcos Antonio de la Parra, “El ángel de la culpa”. Dicha pieza es de hecho un largo monólogo, en el que el investigador policial Carlos o Charlie, que Ponce interpreta, ante la presencia callada de un personaje culpable de homicidio, papel que está a cargo del actor Lian Cenzano.
En dicho monólogo el agente policial recorre y analiza varios asuntos de las relaciones humanas y las ponderaciones que el personaje va haciendo de las mismas, mezcladas con vivencias de su propia vida, y la coincidencia final de un hecho de su pasado de índole homicida, con la vida y situación similar del joven que el policía ha venido a arrestar.
Miguel Ponce, con un gran dominio de la escena, con magníficas transiciones, logra a lo largo de su monólogo sostener el personaje, y mantener la atención y la tensión del público en todo momento.
Lian Cenzano, cuyo personaje se ha mantenido en silencio, secunda con las expresiones de su rostro de los estados de ánimo que el policía va exponiendo. Con un grito final revela quien es la persona que ha sido su víctima. Y se concluye la obra con una sorpresiva revelación psicológica, inesperada.
Teatro en Miami Studio ha hecho una atinada selección al invitar a Miguel Ponce, a mostrar una vez más su talento y buen oficio ante nuestra comunidad miamense. Buena conjunción la existencia y mantenimiento de una sala de teatro, empeñada en un repertorio dramático de calidad, y un gran actor que asumió un día un camino, como misión y vocación, del que no se ha apartado jamás.
Larga sería la lista de las personas, a través del tiempo, que se han sentido atrapados por el teatro, en una especie de misión que, paradójicamente, significa para sus adeptos esclavitud y libertad. Lo primero porque aquel que ha tenido esa dominante vocación, se siente como apresado en las garras hermosas de un ser o entidad inefable que lo obliga a seguir por una ruta, y lo conmina a no poder, ni querer, apartarse de ese mundo fascinante, y que por persistir en mantenerse en él, ha de afrontar, a veces, necesidades, pobreza, incomprensiones y dolores.
Por otro lado, el adepto encuentra en ese mundo, en ese quehacer, la plena libertad de su espíritu, el crecimiento de su ser hacia las más recónditas y múltiples posibilidades de la persona como tal, al desdoblarse en las muchas máscaras con las que los hombres en turno se presentan en la vida. (Máscara en la tragedia clásica griega era sinónimo de persona).
Con esa misión en aquellos tiempos se inició Tespis, acaso el primer actor conocido, con su grupo precario y andariego de teatro en ciernes; y, luego, en el mundo medieval y sus inmediaciones al Renacimiento, grupos itinerantes de “cómicos de la legua”; y en la Francia Clásica, por ejemplo, sobresale la figura de Moliere que vive para el teatro y muere en la escena en simbólico destino.
En el mundo contemporáneo, los cultivadores a plenitud del teatro, no tanto como aquellos iniciados legendarios, pero en cierta medida, el entregarse al teatro, como realización en sus vidas, no deja de ser una aventura, una seductora incertidumbre como quehacer vital y, por qué no, una forma virtual de heroísmo, en muchos casos, como lo es montar y mantener una sala de teatro independiente, así como dedicarse a la aventura de ser actor de teatro y nada más, en circunstancias que son escollos no fácil de vencer, especiales cuando se vive en el exilio.
Aquí en Miami varias han sido las salas de teatro que sus fundadores han levantado y mantenido con esfuerzos grandes y limitados medios. Escojo ahora uno de esos escenarios: Teatro en Miami Studio, que ha montado la actriz cubana Sandra García, en compañía de su esposo Ernesto, escritor y director.
En alrededor de cinco años esta pequeña sala ha mantenido una labor artística constante, en el afán de presentar al público local un tipo de espectáculo que se suele nombrar como “buen teatro”, en cuanto a calidad literaria, o “no comercial”, etc.
Para el año en comienzo 2010, Teatro en Miami Studio tiene programada una cartelera de unos 30 espectáculos, casi todos obras de notables dramaturgos llevadas a escena, y además conferencias sobre teatro, lecturas de obras, cine de arte.
Entre los actores invitados a dicha sala en estos días, ha estado en escena el actor cubano exiliado Miguel Ponce, quien ha presentado dos obras, por él dirigidas y por él ejecutadas en el rol principal: “Asalto”, del dramaturgo José Vicente, y “El Angel de la culpa”, de Marcos Antonio de la Parra. Miguel Ponce ha compartido esas dos obras con el joven actor Lian Cenzano.
Miguel Ponce está en esa categoría de adeptos (en el sentido artístico, aclaro) de esa pasión por el teatro, entendida como misión y destino, atrapado en ese mundo fascinante del que no se puede, ni se quiere, salir.
Compartí con Miguel Ponce los estudios dramáticos en el Teatro Universitario de la Universidad de La Habana, en la década de los años 50. Entregado sin tregua al teatro, una vez que salió de Cuba, donde trabajó en varias salas teatrales, Miguel Ponce ha seguido el camino que inició en su país; y en el destierro ha sido actor y fundador de grupos teatrales, primero en Miami; luego, entre otros países, en Colombia y más detenidamente en España, donde ha residido y actuado durante muchos años. Y a esta altura de su vida, continúa, sin tregua, por ese rumbo con igual devoción, con irremediable entrega.
El pasado domingo 13 de diciembre, llevó a la escena de Teatro en Miami Studio, la obra de Marcos Antonio de la Parra, “El ángel de la culpa”. Dicha pieza es de hecho un largo monólogo, en el que el investigador policial Carlos o Charlie, que Ponce interpreta, ante la presencia callada de un personaje culpable de homicidio, papel que está a cargo del actor Lian Cenzano.
En dicho monólogo el agente policial recorre y analiza varios asuntos de las relaciones humanas y las ponderaciones que el personaje va haciendo de las mismas, mezcladas con vivencias de su propia vida, y la coincidencia final de un hecho de su pasado de índole homicida, con la vida y situación similar del joven que el policía ha venido a arrestar.
Miguel Ponce, con un gran dominio de la escena, con magníficas transiciones, logra a lo largo de su monólogo sostener el personaje, y mantener la atención y la tensión del público en todo momento.
Lian Cenzano, cuyo personaje se ha mantenido en silencio, secunda con las expresiones de su rostro de los estados de ánimo que el policía va exponiendo. Con un grito final revela quien es la persona que ha sido su víctima. Y se concluye la obra con una sorpresiva revelación psicológica, inesperada.
Teatro en Miami Studio ha hecho una atinada selección al invitar a Miguel Ponce, a mostrar una vez más su talento y buen oficio ante nuestra comunidad miamense. Buena conjunción la existencia y mantenimiento de una sala de teatro, empeñada en un repertorio dramático de calidad, y un gran actor que asumió un día un camino, como misión y vocación, del que no se ha apartado jamás.
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