Por Cynthia Garit
Las notas en un texto dramático, como sabemos, son el espacio reservado por el autor para ensayar sobre el conocimiento. Este saber que constantemente se impone como instrucción, como advertencia, produce paradójicamente en el lector un efecto de deseo que este solo podrá resistir si construye su propio juego de referencias y relaciones. Y entonces se hace patente la necesidad del lector de ser aprehendido por la proyección del enigma que es el texto, visto este como tejido de sentidos contraproducentes y a veces incongruentes. Por tanto no existe suceso más deseado que el que nunca se nos muestra de manera clara o fácil, por ello todo cuanto se pueda decir sobre la realidad, a manera especular, se discutirá en teatro como violación perpetua entre una dimensión que parece reproducir a la otra. En ese sentido cualquier indicación que nos hace José Triana en el dominio, que ya no es tan suyo, de lo enunciado en “La fiesta o Comedia para un delirio”, les aseguro que actuará sobre el proceder ante lo leído y entonces daremos por sentado que el autor sabe mediar perfectamente entre la proyección de una realidad, lo que quiso proyectar de ella (la virtualidad) y lo que es traducido por una realidad otra que es en este caso la realidad más compleja que existe: el ejercicio teatral.
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