Elena Tamargo
“Vivimos en constante agonía dominados por nuestros deseos’’ y “somos seres sociales que amamos y odiamos interactuar los unos con los otros’’, son frases de Ernesto García. Así presenta el director y escritor de Fifty Fifty su obra, una pieza de alta factura literaria, reflexiva, simpática y trágica a la vez.
Felicia, la protagonista (Sandra García), es una mujer crítica y severa, sus opiniones suenan a gritos en una parada de ómnibus de una ciudad sin nombre. No se mide para ofender a los extraños, su aspecto no pertenece a ninguna época en particular, porque ésa es su estética: “como la moda es cíclica, en cualquier momento yo estoy de moda otra vez”. Cada acto se produce mediante un intenso encuentro entre Felicia y un desconocido que cae en sus manos, que es decir en su discurso: una actriz (Anniamary Martínez), un ladrón (Carlos Bueno), una peluquera (Simone Balmaseda) y un hombre de éxito (Osvaldo Strongoli). Son cuatro diálogos que se caracterizan por estar excelentemente escritos y defender la lingüística de una época que la descuida, con un alto contenido antropológico, social, humor, realismo, choteo y drama.
La poética propia de la dramaturgia de Ernesto García es moderna, fresca, acoge los lamentos de una comunidad y de una época, la suya, pero nada la representa más que dos aspectos: la presencia de la música como elemento dramático, en el drama de los seres desajustados dentro de un ámbito, que se resisten a cumplir mecánicamente las utopías, por una parte, y por la otra, el modo en que como dramatuurgo ha conseguido entrar en la psiquis femenina y desempeñar en esos roles un trazado sicológico que hilvana esos personajes a otros, como un buen discípulo de nuestra tradición teatral: Piñera, Quintero, Estorino, Triana, pero con la novedad de los nuevos confictos.
Sandra García arropada y envejecida en el personaje de Felicia, dominante de la escena, transita verbal y gestualmente por todos los actos probando su seguridad y su capacidad de transformación, pasando de la mueca burlesca cuando habla de las cirujías del cuerpo hasta la ingenuidad de estar delante del ladrón ofreciéndole la cartera.
Mientras, yo recordaba otra Sandra García, que en los últimos años de la Perestroika, en La Habana, hacía el primer desnudo total del teatro cubano, y arriesgada política y moralmente estrenaba, bajo la dirección de Alberto Pedro, la primera versión de El maestro y Margarita de M. Bulgakov, una de las obras más simbólicas de la crítica del intelectual al stalinismo. Margarita, la amante del maestro, fingiendo estar en el sexto portal del apartamento de la Bolshaya Sadóvaya, de aquel Moscú mefistofélico, donde se da el gran baile del plenilunio, convertida ya en una bella bruja, interviene como reina de la fiesta, desnuda, la noche de Walpurgis. Felicia y Margarita con tres décadas de por medio, hablan de la Sandra García de hoy.
Esta pareja ofrece con Fifty Fifty una excelente prueba del buen teatro que se puede hacer cuando se universaliza un drama que es el de todos.•
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Teatro en Miami Studio
2500 SW 8 ST, Miami
305.551.7473
“Vivimos en constante agonía dominados por nuestros deseos’’ y “somos seres sociales que amamos y odiamos interactuar los unos con los otros’’, son frases de Ernesto García. Así presenta el director y escritor de Fifty Fifty su obra, una pieza de alta factura literaria, reflexiva, simpática y trágica a la vez.
Felicia, la protagonista (Sandra García), es una mujer crítica y severa, sus opiniones suenan a gritos en una parada de ómnibus de una ciudad sin nombre. No se mide para ofender a los extraños, su aspecto no pertenece a ninguna época en particular, porque ésa es su estética: “como la moda es cíclica, en cualquier momento yo estoy de moda otra vez”. Cada acto se produce mediante un intenso encuentro entre Felicia y un desconocido que cae en sus manos, que es decir en su discurso: una actriz (Anniamary Martínez), un ladrón (Carlos Bueno), una peluquera (Simone Balmaseda) y un hombre de éxito (Osvaldo Strongoli). Son cuatro diálogos que se caracterizan por estar excelentemente escritos y defender la lingüística de una época que la descuida, con un alto contenido antropológico, social, humor, realismo, choteo y drama.
La poética propia de la dramaturgia de Ernesto García es moderna, fresca, acoge los lamentos de una comunidad y de una época, la suya, pero nada la representa más que dos aspectos: la presencia de la música como elemento dramático, en el drama de los seres desajustados dentro de un ámbito, que se resisten a cumplir mecánicamente las utopías, por una parte, y por la otra, el modo en que como dramatuurgo ha conseguido entrar en la psiquis femenina y desempeñar en esos roles un trazado sicológico que hilvana esos personajes a otros, como un buen discípulo de nuestra tradición teatral: Piñera, Quintero, Estorino, Triana, pero con la novedad de los nuevos confictos.
Sandra García arropada y envejecida en el personaje de Felicia, dominante de la escena, transita verbal y gestualmente por todos los actos probando su seguridad y su capacidad de transformación, pasando de la mueca burlesca cuando habla de las cirujías del cuerpo hasta la ingenuidad de estar delante del ladrón ofreciéndole la cartera.
Mientras, yo recordaba otra Sandra García, que en los últimos años de la Perestroika, en La Habana, hacía el primer desnudo total del teatro cubano, y arriesgada política y moralmente estrenaba, bajo la dirección de Alberto Pedro, la primera versión de El maestro y Margarita de M. Bulgakov, una de las obras más simbólicas de la crítica del intelectual al stalinismo. Margarita, la amante del maestro, fingiendo estar en el sexto portal del apartamento de la Bolshaya Sadóvaya, de aquel Moscú mefistofélico, donde se da el gran baile del plenilunio, convertida ya en una bella bruja, interviene como reina de la fiesta, desnuda, la noche de Walpurgis. Felicia y Margarita con tres décadas de por medio, hablan de la Sandra García de hoy.
Esta pareja ofrece con Fifty Fifty una excelente prueba del buen teatro que se puede hacer cuando se universaliza un drama que es el de todos.•
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