ANTONIO O. RODRIGUEZ
Especial/El Nuevo Herald
Frank Prieto, artista radicado en el Principado de Andorra, presentó en Teatro en Miami Studio el monólogo Adolfina, escrito, dirigido e interpretado por él. Una buena oportunidad para conocer el quehacer que desarrollan los teatristas cubanos en otras latitudes.
La breve obertura es una delicia: una parodia de la famosa canción infantil ``pacifista'' Barquito de papel, compuesta a principios de los años 1960 por Celia Torriente y Enriqueta Almanza, en la que los niños han sustituido el antiguo deseo de ``reír y cantar'' por otro más prosaico y urgente: comer en un restaurante. Acto seguido, irrumpe Adolfina e impacta con su presencia escénica: corpulenta, labios y cejas rabiosamente negros, busto enorme y prominente, una holgada bata blanca y piernas sin depilar.
Prieto logra una convincente caracterización femenina que oscila entre la sensualidad y la rudeza. Se trata de un intérprete imaginativo, seguro, que maneja con acierto la ironía y la plasticidad. Su Adolfina evidencia una cuidadosa exploración de la oralidad y la gestualidad popular cubana. El balanceo del sillón, la mecanización del acto de comer y la relación que entabla con los diminutos elementos escenográficos son, entre otros, hallazgos felices del montaje.
La lúcida y pragmática Adolfina, una mujer negra, madre de diez hijos mestizos y residente en un apartamento de lujo de un barrio habanero ``de blancos'', es un personaje prometedor, con un gran potencial dramático. Cuando afirma no tener nada en contra de su raza y enseguida advierte: ``pero en este país, mejor si pareces blanco'', uno esperaría un desarrollo del monólogo que revelara las causas y los efectos del racismo en la sociedad cubana contemporánea. Sin embargo, el tema se enuncia sin llegar a establecer un estrecho vínculo con la humanidad y las vivencias de la protagonista.
Lo que parecía el eje temático (la discriminación racial) deriva hacia comentarios sobre la falta de derechos de la población de la isla (credo, libertad de opinión, etc.) y la evocación de episodios como el asilo de 10 mil personas en la embajada de Perú en La Habana de 1980. Adolfina se convierte en portavoz de problemáticas que desea abordar su creador. Alude a diversas situaciones, pero no las vive ante el espectador. La válida intención de echar por tierra mitos como la ``igualdad social'' o el ``hombre nuevo'' --algo que debería lograrse a través de la experiencia y los conflictos del personaje-- se enfoca desde una perspectiva que a ratos peca de didáctica y expositiva, con un discurso que, para un público como el de Miami, puede resultar obvio.
La poco afortunada ruptura que se produce en el último tercio de la representación evidencia la endeblez composicional del texto. Cuando ``Miñín'' desaparece para ceder el protagonismo a su intérprete, el monólogo se centra en una explícita diatriba contra esa izquierda que se solidariza --desde una cómoda distancia y sin padecer sus demoledores efectos-- con el régimen cubano. Cuestionamiento necesario y oportuno, pero materializado con dudosa efectividad artística.
Prieto --mejor actor y director que dramaturgo-- construye un personaje original y con grandes posibilidades, pero lo despide sin haberlo explorado a fondo. Al quitarse ante los espectadores los senos postizos y el maquillaje con que personifica a Adolfina, renuncia al elemento más valioso y atractivo de su espectáculo. •
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