ANTONIO ORLANDO RODRIGUEZ
Especial/El Nuevo Herald
LA PUESTA EN ESCENA DE 'LA VISITA DE LA VIEJA DAMA' PROPONE UNA LECTURA NOVEDOSA DE UNA HISTORIA HILARANTE Y ESTRMECEDORA
La visita de la vieja dama, del suizo Friedrich Dürrenmatt, es una corrosiva fábula concebida para recordar que la moral, los principios y la justicia (humana o divina) están hechos de unos materiales muy maleables. Esta coproducción de Creation Art Center y Maroma Players propone una lectura novedosa de un texto que en ocasiones ha sido escenificado con una solemnidad imperdonable, olvidando que su autor lo definió como una ``comedia trágica''.
Por suerte, Rolando Moreno no traiciona esa premisa y su reescritura logra conjugar lo humorístico y lo dramático con singular habilidad. La historia de la millonaria y ex prostituta que regresa a su pueblo natal tras una larga ausencia, para corromper a sus habitantes y vengarse del hombre que la sedujo y la abandonó, se recrea desde una perspectiva arriesgada, pero respetuosa de las intenciones de Dürrenmatt.
Moreno cambia el entorno y las referencias culturales de la acción. Ya no estamos en la devastada Europa de la posguerra, sino en el Caribe. El empobrecido pueblo de Güllen se transforma en el ruinoso Arroyo Manso, donde la miseria sin esperanzas de sus gentes podría ser la de una hipotética Cuba de un futuro inmediato. Esta adaptación para solo cinco intérpretes propone un ingenioso ejercicio metatextual que los espectadores captan y disfrutan con complicidad. El comerciante Alfred III se convierte en el campesino Bartolo (sí, el del famoso platanal del folclor cubano), y no faltan las alusiones a canciones emblemáticas de grandes compositores de la isla, como Jorge Anckermann y Eusebio Delfín.
La Clara Krugenberger de Sandra García es una versión seca, iracunda y manipuladora de Némesis; una deidad todopoderosa decidida a vengarse del perjurio de su antiguo amor. Con un esmerado trabajo de expresión corporal, García crea una suerte de androide autoritario y maltrecho que, en contados instantes, permite que atisbemos al ser humano que sobrevive tras su coraza. Su contraparte es el en apariencia simplón Bartolo, un personaje éticamente ambiguo, con un complejo recorrido emocional, que Jorge Hernández resuelve sin titubeos, dotándolo de cuidadosos matices.
Mario Martín y Reinaldo González resuelven con limpieza y seguridad los roles del sacerdote y el médico. Sus escenas son una delicia por la complicidad que establecen y por la forma jugosa en que explotan el humorismo de los diálogos. Martín entrega un Padre Benigno ingenuo, débil y contradictorio; su desempeño posee una vitalidad, una mesura y una malicia escénica que deberían estudiar muchos actores jóvenes. Por su parte, González dibuja con precisión un doctor Fiterre refinado, zumbón y pragmático, que se mueve con elegancia por los ''laberintos verbales'' más difíciles de la obra.
El versátil Joel Sotolongo se desdobla en cuatro personajes muy disímiles y logra desempeños sobresalientes en cada uno de ellos. ¿Mi favorito? El Señor Aurelio, el fellinesco y senil trompetista con el que cautiva en una relampagueante aparición. En cuanto a Cristian Ocón, hace un esfuerzo mayúsculo por mantenerse a la altura de sus compañeros con el basto y oportunista Coronel Aguirre. Lo consigue buena parte del tiempo, excepto en algunos pasajes en que sucumbe a la tentación del decir estentóreo y altisonante. La escenografía es funcional y sugiere, sin especial originalidad, pobreza y abandono. El vestuario, también de Moreno, es de primera (aunque obvie los zapatos amarillos, símbolo de la traición). Sobresalen los hipnóticos trajes y sombreros de Clara --homenaje a las divas del cine mudo--, en los que hay cabida para elementos reveladores de la fiereza del personaje, como los ''cueros cabelludos'' utilizados a modo de hombreras. La musicalización con temas operáticos es un acierto; las luces, aunque efectivas, abusan del estroboscopio en el clímax.
Este hilarante y estremecedor espectáculo sobre el poder corruptor del dinero es de lo mejor que se ha visto este año en Miami. Si yo fuera usted, no me lo perdería. Tiene dos últimas oportunidades para disfrutarlo: viernes y sábado, a las 8:30 p.m. en Teatro en Miami Studio.•
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