Por Ernesto García
Un texto teatral es, como es el mapa una metáfora de la ciudad, una guía predestinada de un personaje que se mueve en la fabula que el actor representa. El texto es letra muerta como decía Cervantes que el actor: “A los versos ha de dar/valor con su lengua experta/ y a la fábula que es muerta / ha de hacer resucitar”. Un actor es una mezcla de otras profesiones del arte. Es un escultor en cuatro dimensiones que prestará su cuerpo, su talante, sus virtudes y miserias a tiempo real y presente. No media más que el artificio – texto, vestuario, decorados… - entre este ser y el espectador y aquí está la maravilla del Teatro. El actor es quien cuenta la historia. El actor es músico que añade la tesitura y el ritmo de la voz del personaje. Lo encartona o lo desenlaza según el planteamiento conceptual del director, pero no deja de ser él, el instrumento y ejecutante. ¿Podríamos imaginarnos a Cantinflas (y uso aquí al cine como referente por su universalidad mediática) sin el “cantinfleo”, ese entrecortado sttacato, casi percutido con el que Mario Moreno imprimía su personaje? Cantinflas es una metáfora corpórea, como lo es también el Charlot de Chaplin, personajes de una irrealidad astracanadas, pero de tal poesía y verdad escénica que fluyen dentro de la (in)coherencia que plantean.
El Cine de Chaplin (las primeras etapas) estaba todavía muy apegado al teatro. El teatro de variedad, teatro abundante en el que Chaplin se entrenó y adquirió su estilo y técnica. En ese cine el actor contaba la historia. No la cámara, ni la edición, ni un planteamiento mucho más rebuscado del relato visual. Era el gag de Charlot el elemento histriónico y velador de los otros artilugios fílmicos. La poética que logra encontrar un actor y reflejarla en su personaje es suceso raro.
Pocas veces recuerdo haber atestiguado un fenómeno de transformación poética de un actor. Recuerdo el profundo impacto que provocó en mí Roberta Carreri y su espectáculo Judith. A Sandra García la he dirigido muchas veces y siempre me sorprende su capacidad de experimentación, su mezcla perfecta entre la experimentada actriz y el oído atento del aprendiz. Comienza con un nivel pasmoso de virginidad, el necesario, para no atiborrar sus personajes de artificios viciados y retoques seguros de actor con maña. Sandra juega, escucha atenta y trabaja con completa renuncia de su ego.
El actor-poeta. Ese actor necesario para el teatro que quiero hacer.
Un texto teatral es, como es el mapa una metáfora de la ciudad, una guía predestinada de un personaje que se mueve en la fabula que el actor representa. El texto es letra muerta como decía Cervantes que el actor: “A los versos ha de dar/valor con su lengua experta/ y a la fábula que es muerta / ha de hacer resucitar”. Un actor es una mezcla de otras profesiones del arte. Es un escultor en cuatro dimensiones que prestará su cuerpo, su talante, sus virtudes y miserias a tiempo real y presente. No media más que el artificio – texto, vestuario, decorados… - entre este ser y el espectador y aquí está la maravilla del Teatro. El actor es quien cuenta la historia. El actor es músico que añade la tesitura y el ritmo de la voz del personaje. Lo encartona o lo desenlaza según el planteamiento conceptual del director, pero no deja de ser él, el instrumento y ejecutante. ¿Podríamos imaginarnos a Cantinflas (y uso aquí al cine como referente por su universalidad mediática) sin el “cantinfleo”, ese entrecortado sttacato, casi percutido con el que Mario Moreno imprimía su personaje? Cantinflas es una metáfora corpórea, como lo es también el Charlot de Chaplin, personajes de una irrealidad astracanadas, pero de tal poesía y verdad escénica que fluyen dentro de la (in)coherencia que plantean.
El Cine de Chaplin (las primeras etapas) estaba todavía muy apegado al teatro. El teatro de variedad, teatro abundante en el que Chaplin se entrenó y adquirió su estilo y técnica. En ese cine el actor contaba la historia. No la cámara, ni la edición, ni un planteamiento mucho más rebuscado del relato visual. Era el gag de Charlot el elemento histriónico y velador de los otros artilugios fílmicos. La poética que logra encontrar un actor y reflejarla en su personaje es suceso raro.
Pocas veces recuerdo haber atestiguado un fenómeno de transformación poética de un actor. Recuerdo el profundo impacto que provocó en mí Roberta Carreri y su espectáculo Judith. A Sandra García la he dirigido muchas veces y siempre me sorprende su capacidad de experimentación, su mezcla perfecta entre la experimentada actriz y el oído atento del aprendiz. Comienza con un nivel pasmoso de virginidad, el necesario, para no atiborrar sus personajes de artificios viciados y retoques seguros de actor con maña. Sandra juega, escucha atenta y trabaja con completa renuncia de su ego.
El actor-poeta. Ese actor necesario para el teatro que quiero hacer.
Comentarios
es increible descubrir en ella esa personalidad : de actriz experimentada con oido de aprendiz, la cual es vital para un buen teatro…tu teatro...el de que debe ser.....
gracias por tan buenos articulos
y por luchar por el buen teatro....el que debe ser... :)
Usted es un gran estudioso del arte del teatro, sus escritos simpre me provocan a seguir leyendo sobre esto.
Soy su humilde admirador. Gracias