Por Emilio Ichikawa
Para Ernesto
El trabajo de Ernesto García en el contexto del proyecto Teatro en Miami es, esencialmente, el de un dramaturgo. Ya que como él mismo ha dicho alguna vez, “el teatro es para ver (teatro)”, en ese ejercicio se enrola un amplio sistema de cosas que a veces es preferible considerar por partes. Lo que a mí me interesa ahora es el texto, las palabras. Porque “ver” teatro es también, de alguna manera, escuchar o leer.
“Los acosados”, la obra de García que fuimos a ver hace un par de semanas, se basa en un texto homónimo de Matías Montes Huidobro concebido y escrito a fines de los años 50. Y estos son los primeros deslindes a que obligan las fechas: García-Montes, texto-puesta, texto-texto. Texto-texto porque aún cuando los actores trabajaran con libro en mano, sin que hubiera palimpsesto, algún añadido o sustracción por parte de García (que no es el caso), no se trataría en rigor de un archivo clonado.
La obra de Montes, leída por la prensa y propuesta por el mismo García como una crítica a los excesos del mercado, aparece entonces como un presagio y se reedita ahora como una confirmación. El escritor entrevió y el dramaturgo consideró, a tiempo, el alcance del hallazgo. Esta secuencia es, de alguna manera, un homenaje al arte como historia. Una comprensión del teatro como linaje y tradición referencial.
A nivel de puesta “Los acosados” incluye una escena simple, una coreografía adecuada y un conjunto de acciones que, por provenir de García, a uno le consta que debe estar pleno de significado; pero esta certeza es algo que en una sola visita no se alcanza a descifrar. La percibí como una obra breve, para dos actores… Creo que la más breve que he presenciado en la sede de Teatro en Miami. Pero vamos a las palabras. A las pocas que me traje y que, ahora mismo, no sé si corresponden a añadidos de García o son fijos estratos del autor. En todo caso, mi fuente, es la voz actoral.
Aunque he alcanzado a leer que la puesta de “Los acosados” es una crítica al consumismo desmedido, no se ha dicho suficientemente que en la obra la ansiedad por poseer cosas no tiene una dimensión banal; es decir, en el sentido de que es algo a lo que uno puede dedicarse o renunciar sin trauma. Al consumismo, en el universo estético planteado por García, se le puede traducir como “el arte de tener” y ser tenido. Poseído. Acosado.
En la vida moderna, de ahí lo trágico del asunto, la obtención y pérdida de cosas tiene que ver con un planteamiento destinal. Uno no puede entrar o sustraerse al mercado como quien entra y sale de un locus fútil; estamos hablando de una marca de época, de una fatalidad que puede definir vidas. Y es a ese nivel que “Los acosados” plantea el tema de la objetualidad de la vida moderna; y es en esos marcos que propone, por lo menos sugiere, su emancipación. No es tan simple. Consumir es una forma de ser. Y eso queda muy claro en un parlamento: “A veces pienso que ese juego de cuarto me va a quitar la vida.” Las cosas entonces, igual que asesinas, pueden ser salvadoras, dadoras de sentido. Ahí la dimensión trágica de ese tipo de acoso. Un acoso, por demás, que puede llegar a ser muy placentero.
Entre objetos el hombre se reproduce; el objeto mismo “es la compañía”. La mercancía engendra vida incluso cuando hace daño: “Cuando tenemos un mal, somos nosotros y alguien más.” Repito: lo importante en esta obra no es que habla del mundo material, sino que habla del mundo material en tanto el estatuto ontológico que (literalmente) “cobra” en la sociedad de mercado.
“Los acosados” es una obra sobre un juego de cuarto: es decir, una obra sobre el Ser. Es una puesta sobre el crédito, que es como si dijéramos sobre la confianza, la garantía, la certeza de la criatura humana. “El crédito es la moral del hombre expresada en dinero”, apuntaba un Marx feuerbachiano en sus llamados “Cuadernos de París”. La obra toma su verdadera estatura solo si entendemos que el acto de endeudarnos, de ir al Supermercado, equivale a una peregrinación sagrada para encajarnos una condena o una salvación. Es algo inevitable, como dicta este simple diálogo en la obra:
-Hablemos de otra cosa.
-Nos pasamos la vida hablando de otra cosa.
Es cierto. En la sociedad mercantil no hay otra cosa que hablar de las cosas. Porque Todo es cosa: cosa que se opone a la cosa y que enseña lo pasajero de la cosidad; como decía Borges en aquella argucia sobre Epicteto y el valor del dinero. Es algo que tiene rango necesario; concluye un personaje: “Pero siempre habrá que pagar juegos de cuartos.” El juego de cuarto es, paradójicamente, un empeño muy serio donde la apuesta se hace a la completa. La obra “Los acosados”, más que una crítica, es una consideración, al más alto nivel, del mundo de los objetos… y el ser humano junto a ellos.
Fuente - Blog de Emilio Ichikawa
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